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jueves, 5 de marzo de 2015

¿Somos una civilización vestida?



   “Pertenecemos a una civilización vestida, y por ello la más radical de nuestras meditaciones es la meditación del desnudo”.-Lily Litvak-

   Adán y Eva, en el Paraíso, “estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza el uno del otro” (Gn.2,25). No obstante, después de haber sido tentados por la serpiente, “el Señor Dios hizo para Adán y su mujer unas túnicas de piel, y los vistió” (Gn.3,21).
De manera que la Biblia anuda la aparición del rubor al pecado. En otras palabras,  tras comer del árbol prohibido, el recato natural, se transformó en concupiscencia.

   De ahí que la contemplación plena de la pareja no altere la naturaleza, pero sí cuando quien contempla, es ajeno a esa unión, y lo hace de manera egoísta y libidinosa.
    En el mismo sentido ha de interpretarse el desnudo como sublimación del arte, frente al atentado contra la dignidad del hombre que supone la pornografía.
      A la dualidad de lo bello y lo artístico frente a lo obsceno como tendencias marcadas en la historia, surge en nuestros días la moda de posar desnudos para realización de calendarios con fines reivindicativos. Azafatas para denunciar su situación laboral; maestras para reclamar una mejor calidad de la enseñanza; policías para ayudar a determinada ONG; modelos para luchar contra el hambre, la paz, la solidaridad...
   El novum del fenómeno radica en un inversión ontológica,  no se buscan fines artísticos ni eróticos (no se muestran desnudos integrales, ni sexo explícito): el cuerpo se convierte en herramienta de reivindicación. Es la pura metáfora de la cosificación del ser humano instalado en la levedad de su ser.
  Para los filósofos griegos, la figura humana era considerada la expresión de la belleza ideal, física y espiritual. En palabras de Protágoras: el hombre es la medida de todas las cosas. En nuestros tiempos, lo humano se reduce a mero artilugio. No somos medida de nada, somos meros instrumentos para demandar objetivos concretos.
  Según Fernando Savater no resulta sencillo decir cuándo un ser humano es bueno y cuándo no lo es, porque no sabemos para qué servimos.
   Afirmamos que un determinado jugador de fútbol es un crack, cuando tiene la capacidad de resolver  en determinados lances de un partido; o alabamos las excelencias de un cirujano que consigue realizar trasplantes milagrosos, o la de un músico que compone canciones de gran éxito.  La excelencia es patrón de medida, pero excluye a quienes no la consiguen en su trabajo, ocupación o afición.
  Corren tiempos de sometimiento del hombre a la colectividad y hemos encontrado el método que verifica el vaticinio de Andy Warhol: todos tendremos  quince minutos de fama, posando desnudos o semidesnudos para cualquier causa.