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miércoles, 24 de junio de 2015

San Juan de Ortega y Suero de Quiñones, perfectos homines viatores del Camino de Santiago


  “Los caminos públicos pertenecen a todos los omes comunalmente, en tal manera que también pueden usar dellos los que son de tierra estraña, como los que moran e biven en aquella tierra do son”-Libro de las Partidas de Alfonso X-.
  “Condúceme Señor por tus senderos y yo entraré en tu verdad”. -Pseudo Dionisio-.
  “Estar sentado es mejor que andar; yacer, mejor que estar sentado; estar dormido mejor que despierto, y lo mejor es estar muerto”.- Adagio hinduista-.
  El hombre como viajero, caminante o peregrino, es homo viator. ¿Qué entraña esta sinécdoque, ¿que el hombre está siempre en camino? Propiamente solo podemos predicar del hombre su condición de viator desde una perspectiva teológica. En palabras de San Agustín: “Señor nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, en definitiva, el fin del viaje del hombre está en Dios. Homo viator requiescat in pace.

 En Hegel, el Espíritu es también camino, y para los cristianos, Cristo es “el camino, la verdad y la vida”-Jn 14,6. Pero a diferencia del periplo, del viaje concebido como gesta homérica, el viaje desde una perspectiva escatológica, es meta-físico. Ulises y su hijo Telémaco salen en grupo desde Ítaca para volver a su patria; el peregrino no planifica su Camino como gesta, sino como transformación, como Camino de Luz. Las romerías y peregrinaciones en las religiones del Libro (judaísmo, islam, cristianismo) forman parte de la búsqueda de la espiritualidad y en todo caso de preceptos obligatorios o no.
  No hay viaje sin camino, sin orientación, sin marcas, sin rumbo, y por ello, no hay viaje irrepetible, sino todo lo contrario, todo camino es repetible por muchos caminantes.
 La anamnesis (recuerdo) del Camino de Santiago desde el punto de vista emic (la perspectiva interna de las personas integradas dentro de una cultura aprehendida y común para un grupo), no solo está interesada en descubrir paisajes y monumentos para fotografiarlos, sino en interiorizar que tú no haces el camino, el camino te hace a ti, como se puede leer en muchos refugios y albergues de acogida cristiana.
  “De la peregrinación a la estabilidad. Con un riesgo contra el que la Iglesia previene: la afición a la posada del camino terrestre puede hacer olvidar el camino celeste. Surge así, poco a poco, una renovación de objetivos. El desarraigo respecto a los lugares se sustituye por el desapego respecto a las cosas. La propuesta la había hecho, hacía siglos la teología monástica. Frente a la stabilitas in peregrinatione, ofrecía, en el marco del monasterio, una peregrinatio in stabilitate. Era la forma de combinar sedere físico con peregrinare mental. No hacía falta ir a Tierra Santa para peregrinar; bastaba el camino de perfección monástica”.-J.A. García de Cortázar-. De manera que la espiritualidad comenzaba a cimentarse en la Edad Media en los monasterios y la devoción en los santuarios. La peregrinación era un producto del deseo de purificación, de cumplimiento de una promesa, de la espera de un milagro, del contacto con una reliquia, sin olvidar la posibilidad de redimir los pecados y acatar sentencias judiciales. En cualquier caso la peregrinación es un contemptus mundi (desprecio del mundo), frente a “ese horrible e insoportable turista que se fija en el empedrado de las calles, en las mayores o menores comodidades del hotel y en la comida de éste”-Unamuno-.
  El homo viator pues, necesita de un camino, de un moverse hacia un lugar para mejorar su yo interior, bien se trate de un desplazamiento psíquico o físico. No se aplica pues al desplazamiento diario para ir al trabajo o al supermercado por ejemplo.
  El Camino de Santiago encuentra al perfecto homo viator en San Juan de Ortega quien peregrinó a Jerusalén y Roma, convirtiéndose en palmero y romero, y construyendo la calzada jacobea que había iniciado su maestro Santo Domingo de la Calzada, el gran patrón de los Ingenieros civiles, entre Nájera y Burgos.
  San Juan de Ortega solo abandona su condición de viator, cuando enferma, para preparar el viaje final en su monasterio.
  Pero a veces la condición de viator y leyenda se funden para construir tanto el camino físico como el espiritual. Según Marie Louise von Franz, “estudiar un mito es como estudiar todo el cuerpo de una nación, pero si estudiamos un cuento de hadas es como estudiar su esqueleto”. De alguna manera, estudiar el relato caballeresco acaecido en Hospital de Órbigo, es vertebrar el Camino de Santiago en la figura del caballero andante.
  El Paso Honroso fue uno de los eventos de caballería más famosos de la Europa medieval. Su artífice fue el caballero leonés Suero de Quiñones, quien cautivo de amor por una dama, Dña. Leonor de Tovar, para librarse de dicha cárcel, porque como reza la canción de Sabina, el amor que mata no muere, acudió a la corte de Juan II en Medina del Campo en el año jacobeo de 1434 para hacerle esta petición:
  “Señor: deseo justo e razonable es que en los que en prisiones o fuera de su libre poder son, desear la libertad e como yo, Suero de Quiñones, sea en prisión por una señora, por la que traigo todos los jueves este fierro, según es notorio en vuestra magnífica Corte. Yo, poderoso Señor, he concertado mi rescate de esa prisión en trescientas lanzas rompidas por el asta con fierros de Milán de mí e de estos nueve caballeros que aquí son”.
  El Rey autorizó la contienda en mitad de la ruta del Camino Francés dándole la máxima difusión, y entre el 10 de julio y el 9 de agosto se celebró. Entre las modalidades de combate se optó frente al torneo y la justa, por la modalidad del paso, que se trataba de apostarse estratégicamente en un puente o camino e impedir su tránsito. El escenario elegido fue uno de los puentes del Camino por antonomasia, el de Hospital de Órbigo, inmortalizado como Paso Honroso.
  No se llegaron a romper las 300 lanzas, pero los jueces dieron por cumplido el voto y lo despojaron del aro de hierro que llevaba en su cuello como muestra de su cautiverio por amor. Habían participado un total de 68 caballeros, y acabado el torneo, Suero de Quiñones y sus amigos caballeros peregrinaron a Santiago.
  “¿Por qué débiles corazones, querer sacarme mi elemento de fuego a mí que solo puedo vivir en el combate?-Hölderlin-. Nuestro peregrino ilustre recorre previamente un camino hasta la Corte, después se libra de su prisión particular para terminar caminando a Santiago. Así pues en la gesta estamos en presencia de un relato homérico: el héroe parte, sufre una prueba, vence y traslada su objeto mágico, la argolla y la cinta azul en prueba del amor por la dama, a la capilla de las reliquias de la Catedral de Santiago.
  Si bien el relato es heterodiegético (en tercera persona; diégesis, interior de la narración) narrado por el escribano real Don Pedro Rodríguez de Lena, se convierte en paradigma de todo relato homodiegético (en primera persona) del homo viator.
  El Paso Honroso de Hospital de Órbigo es la metáfora que anuda el viaje entendido como gesta, con el sentido espiritual de la peregrinación. He aquí la Ítaca particular de cada homo viator que se desplaza a Compostela para después regresar a su patria, unida a la mística de la búsqueda de un yo transformado. Y he aquí igualmente, la conexión con la ética calvinista resumida en la máxima: no pain, no glory que en tantos productos de merchandising encontramos en las tiendas de Santiago y puntos del Camino.
  San Juan de Ortega es el perfecto viator y hospitalero del Camino de Santiago; Suero de Quiñones su perfecto héroe y peregrino. Castilla y León, su imprescindible misterio. Ultreia et suseia.