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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Venus calza zapatos de tacón





  Los mitos son esenciales para abordar las ideas, son el elemento poético de explicación racional. Cuando nos aproximamos al estudio del zapato de aguja femenino, tenemos que recurrir a ellos porque no se trata de un mero producto artesano de calidad, ni de calzar el pie de la mujer, ni de realzar su feminidad, ni de un fetiche sexual, ni de un icono cultural de nuestro tiempo, sino de entrar en profundidad en el arte y el refinamiento que la cultura ha producido para encumbrar la belleza de la mujer.
  Eride, la diosa de la Discordia, molesta por no haber sido invitada a las bodas de Peleo, urdió un plan para vengarse y se presentó arrojando una manzana de oro que sería para la más bella de las damas presentes. Se la disputaron Hera, Afrodita y Atenea. Zeus intervino e hizo llamar a Paris para que la eligiera por tratarse de un Príncipe pastor que vivía alejado del mundo. Nuestras diosas lo chantajearon ofreciéndole el poder Hera, la sabiduría Atenea, y el amor de la mujer más bella Afrodita. Paris se decantó por Afrodita, y ésta hizo prender su amor en el pecho de Helena, la esposa de Menelao, el rey de Esparta.
   Si esta decisión se tuviese que adoptar en nuestros días, las diosas no posarían desnudas y descalzas como nos las dejó pintadas Rubens. Hubiesen tenido necesariamente que buscar al mejor artesano del calzado para que les proporcionase unos zapatos de aguja.
  El zapato de tacón no ha formado parte de la iconografía clásica aunque esté documentado su uso. Luis XIV lo impuso en su corte para disimular su corta estatura, pero el Papa Urbano V y Carlos V lo consideraron una burla hacia Dios que atentaba contra la Iglesia Católica. En Sicilia es costumbre de las jóvenes que desean casarse, dormir con un zapato de tacón debajo de la almohada, y en China se deja en la ventana un zapato de tacón rojo para no perturbar a los amantes en luna de miel. El cuento de Perrault de la Cenicienta y su zapatito de cristal nos traslada a una leyenda del Antiguo Egipto en el que a una bella sirvienta le fue arrebatado uno de sus zapatos por un águila que lo dejó caer en las rodillas del rey, quien consideró el suceso un buen presagio y buscó a la chica para casarse con ella.
  La Venus del espejo de Velázquez posa desnuda sin zapatos, al igual que La maja desnuda de Goya y Las tres Gracias de Rubens. El zapato de tacón femenino irrumpe como icono erótico en el cine y la fotografía encumbrado como hito de la cultura. Las modelos posan con tacones, las playmates alargan sus piernas calzando tacos sexys con su cuerpo desnudo, y el cine está plagado de escenas en el que el zapato de tacón está presente. De igual forma, la excelencia de los Grandes Almacenes se mide por la calidad de exposición de zapatos para la mujer. Nuestro tiempo está imbuido por el gusto del calzado femenino que traspasa cualquier frontera, pues anuda artesanía, calidad, estatus, elegancia, erotismo, diseño, moda y cambio social.
 Hay que añadir también razones culturales para explicar el triunfo absoluto del zapato de tacón como icono de nuestros días. Ha habido una evolución de todo tipo de ornamentos para ensalzar la feminidad: cortes de pelo y tintes, joyas, prendas para realzar su busto, pinturas y maquillajes para el rostro... Pero antes de la revolución de la liberación de la mujer, se perseguía un tipo de belleza estática con unos ropajes que impidieran su movilidad para relegarlas a determinadas funciones de sociedad y a permanecer en sus casas. El uso del zapato de tacón irrumpe con el movimiento de cambio que protagoniza la mujer, y dado que la cultura no suprime el instinto de seducción, sino que lo perfecciona, el zapato de aguja se convierte en su máxima expresión.
  A muchos hombres les gusta cómo se ve la pantorrilla con un zapato de aguja, mucho más voluminosa, con la pelvis sufriendo una torsión, que inclina el cuerpo de la mujer hacia delante y hace que las pompas se vean más prominentes. En la retina colectiva está Marilyn Monroe caminando con sus zapatos de tacón por el andén bajo la atenta mirada de Tony Curtis y Jack Lemmon en la película Con faldas y a lo loco.
   Lo interesante es comprobar cómo permanece la moda de usar tacos de aguja y si ello emana de un signo de permanencia de los condicionamientos culturales, o si por el contrario, esa pasión es un signo distintivo del gusto por el elemento sensual y erótico. Sea como fuere, el taco sobrevive a cualquier forma de vestirse la mujer: pantalón, vestido, falda, o ropa informal. La relación entre la escala del taco y la escalada laboral femenina tiene como patrón de medida el uso del zapato de tacón por parte de las mujeres; para algunas, ascender implica asumir roles masculinos y calzan zapatos que borran toda huella de erotismo para no ser miradas sensualmente. Otras en cambio, calzan zapatos de tacón, reivindicando la feminidad.
  La antropología de género reduce a la cultura las diferencias entre hombre y mujer e insiste en potenciar una educación igualitaria, pero olvida que muchas diferencias se deben a la evolución y que el poder de seducción ha sido necesario para la especie humana convirtiendo al sexo y al juego erótico en algo más que un mero apareamiento para garantizar la supervivencia. Podremos caminar hacia un modo de vida igualitario en comportamientos y roles, pero el uso del stilletto seguirá reservado al mundo exclusivo femenino.
  El zapato de aguja no cosifica a la mujer como pretenden hacernos ver opiniones feministas, puesto que convierte su uso en la máxima expresión de la evolución humana. Recordemos que el momento determinante comenzó cuando nos convertimos en bípedos, calzamos nuestros pies, y liberamos nuestras manos para desarrollar la inteligencia. El juego y el gusto por la seducción nos diferencia igualmente del resto de las especies, y renunciar a su uso por pretendernos hacer ver que convierte a las mujeres en objetos, es eliminar el elemento lúdico de la vida y menguar el universo femenino, tan rico en matices, sensaciones, colores, sensualidad y erotismo. Por otra parte conviene recordar que el término zapato de aguja no ha creado un lenguaje sexista. La altocalcifilia designa el gusto por calzar zapatos de tacón altos, pero reparemos en el hecho de que pese a su simbología viril, permanece aislado de todo vocablo soez. Y ello pese a que muchos hombres coleccionan zapatos de aguja de sus amantes como si de trofeos se tratase.
  Canciones de nuestro recuerdo colectivo como Penélope de Serrat, les confiere una gran dignidad y cariño, con sus zapatitos de tacón sentada en la estación, canta el estribillo; David Bowie nos dejó este otro, put on your red shoes and dance the blues.
  Y también podemos afirmar que el tacón de aguja y su simbología sexual esconden un juego erótico subliminal: elementos fálicos calzados por mujeres y hombres que los convierten en fetiches. En palabras de Marilyn Monroe: No sé quien inventó el tacón, pero todas las mujeres le debemos mucho. Además, ningún atuendo de la mujer tiene la capacidad de convertirse por sí mismo en objeto anudado a un rito de paso: las adolescentes empiezan a calzar tacos cuando se convierten en jovencitas.
   Hemos hecho un breve recorrido intentando indagar en las razones de la pervivencia del zapato de aguja pese a sus detractores entre ortopedas y feministas. Comenzamos mitificando al zapato de aguja porque cualquier aproximación nos traslada a un universo de poesía y erotismo que nos devuelve a un mundo mágico: niñas evocando sueños tocando la punta de unos zapatos rojos, y hadas mostrando la elegancia de sus cuerpos filiformes interminables, calzadas con zapatos de tacón. Y fuera del hechizo, en la vida cotidiana, las mujeres desarrollan el instinto de seducción calzando zapatos de aguja para sentirse sexys
  Pero quizá la razón principal de la pervivencia del tacón de aguja esté en el hecho de que define la personalidad, el buen gusto y la elegancia de la mujer. Ningún otro tipo de zapato nos aporta tanta información en esa materia. El calzado para el trabajo especializado, al igual que el de andar por casa, el de la práctica deportiva, o el zapato bajo que permite ir de un sitio a otro sin descanso y sin distinguir la tarea que estén realizando, no nos dice nada en especial de ellas.
  Ahora bien, ninguna mujer comprará sin recorrer tiendas, un par de zapatos de aguja. Hay mucho del universo femenino en esa decisión, por eso, su momento más delator, es la elección de su zapato de tacón.
  Los detractores y enemigos, pueden ir perdiendo toda la esperanza de relegar a la aguja a pieza de museo y moda pasajera. Hera, Atenea y Afrodita, competirían hoy en un certamen de belleza, calzando zapatos de tacón.


     Artículo publicado en 2007