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miércoles, 13 de abril de 2016

¿Ha muerto el arte? Ensayo sobre el “¿error?” en la interpretación de Hegel.


 Artículo escrito por Carlos Luis Escudero en su blog Filosofia y otras yerbas que tengo el honor de compartir con Ustedes con la autorización del autor.
Carlos Luis Escudero es filósofo y un Librepensador con mayúsculas. Imparte cursos y talleres de y sobre filosofía.
Pueden seguirlo igualmente en las siguientes publicaciones y talleres Taller de filosofía Intrascendencias Cultura argentina Rosario profunda



  Como una cuestión introductoria a este trabajo creo necesario comenzar con lo siguiente. El término estética deriva del griego aesthesis, que podríamos traducir como sensibilidad, y de tekné, comúnmente traducido como técnica o arte. Entonces, en un sentido etimológico, estética significaría arte o técnica de la sensibilidad, es decir, una especie de conocimiento práctico de la sensibilidad. En este sentido, la estética está involucrada con los efectos que algo puede producir en nuestra sensibilidad, con la sensación que algo nos produce, el impacto que ejerce sobre el ánimo.
  Llamar estética a la reflexión sobre la belleza debe venir de la consideración de la belleza como una sensación del sujeto. Antes de comenzar con el desarrollo del tema quisiera hacer algunas reflexiones. Hegel nunca habló de la muerte del arte, ni escribió jamás un libro sobre arte, aunque se refirió a él en numerosas ocasiones a lo largo de su vasta obra. En la década del veinte del siglo XIX, dictó algunas clases magistrales en Berlín que fueron compiladas luego por sus discípulos. En el prólogo de estas lecciones de estética, Hegel dice: “el arte para nosotros, es una cosa del pasado”, no dice exactamente el arte ha muerto. La atribución de esta frase a Hegel es en realidad posterior, mas bien una interpretación de esta idea de que el arte ya pasó, nos dice José Fernández de Vega.
  ¿En qué sentido dice Hegel que el arte es ya una cosa del pasado para nosotros? Lo primero que hay que tener en cuenta es que Hegel tiene un patrón muy alto; es decir, para Hegel no hay verdadero arte si no está relacionado con alguna clase de trascendencia.
Si no hay algún tipo de fe, si no hay algún tipo de mito detrás del arte, ese arte es un entretenimiento, una distracción, y eso no merece ningún tipo de reflexión.
  El gran arte debe cumplir una serie de condiciones y él está pensando en el arte clásico. Hegel llama arte clásico al de los griegos, básicamente a la tragedia, que es el arte más eminente. Antígona es el arte. Según este modelo, el arte plantea un conflicto que tiene un sentido metafísico, un sentido profundo; es vivenciado por el público que asiste a ese conflicto de una manera muy intensa. En esa plasmación artística, se juega un contenido histórico concreto: la gente que asiste hace comunidad con la obra. El tema es que el arte no solo refleja el espíritu del pueblo también se refleja en él, vive esa obra de arte a la vez como una tragedia personal y como una enseñanza política. La obra trágica implica una conciencia trágica y un hombre trágico cuya conciencia está desgarrada. Este vínculo, esta amalgama de los intereses particulares con los generales, se rompe en un período histórico que Hegel, cuando establece los períodos de la historia del arte, llama romántico.
  El término tiene un sentido muy peculiar. El arte romántico implica una vuelta al yo y el individuo pasa a ser el centro del interés artístico tanto como social. La reivindicación de intereses particulares pasa a ser algo aceptable, algo que no se entiende como una desviación de una norma grupal, sino como la norma grupal. A este período, Hegel lo llama romántico, sin que ello implique su pertenencia al romanticismo histórico, que empieza en el siglo XVIII y florece en el siglo XIX, sino más bien con esta idea del yo como centro de atención social y cultural. Hegel habla del romanticismo y los lineamientos que da de él, tal como lo entiende, son parte de su crítica a la modernidad.
 La modernidad, justamente, es esta pulverización, esta fragmentación de la sociedad a todo nivel, pero sobre todo respecto de los individuos que pasan a estar aislados y a debilitar su sentido de formar parte de algo superior. De ahí que, en el arte romántico, siguiendo el sentido en que lo dice Hegel, quien piensa que empieza casi a finales de la edad media, el punto central es que los individuos no tienen nada sustantivo para decir, salvo plasmar su propio yo con un interés particular, como una expresión individual, y eso, para Hegel, resulta muy poco interesante. Lo que reflejan estos individuos es la prosa vulgar de la vida, según afirma, nada trascendente, nada superior que se pueda comparar a Antígona.
 Desde el momento en que ya no nos hincamos de rodillas, el arte es una cosa del pasado, una cosa entre otras. Se convierte en un terreno de especialización como cualquier otro, y se separa de los intereses vitales de un pueblo, de los intereses vitales de una comunidad. Hay un extrañamiento respecto del arte y hay un predominio del humorismo, vale decir, una crítica al pasado para liberarse de él, pero también como una muestra de una banalización de la vida misma. Esta idea, que el arte es una cosa del pasado, implica muchas cosas para Hegel. Otra de las cosas que supone es que el arte ha dejado de ser el terreno de mostración del espíritu y entonces éste debe buscar otras maneras de manifestarse. Tales maneras van a ser la religión y la filosofía. Como buen filósofo, la culminación de todo el proceso es su propia profesión.
 Desde la filosofía, en la modernidad, se intentó descubrir o mejor dicho, establecer las leyes que podían estar vinculadas con la obra de arte, ejemplo de ello son los intentos que encontramos en Burke y Kant.
 Vemos en estas tentativas que la actitud reflexiva que la obra de arte necesitaba, se inscribía en la posibilidad de considerarla científicamente, esto es, en establecer la relación entre sus estructuras objetivas y las reacciones que provocara; en convertir en instrumento nuestros propios deseos, opiniones y gustos, para verificar su relación de necesidad con las estructuras formales que los hubieran estimulado.
 El problema central de la estética consistió entonces en esclarecer la posición entre la perspectiva personal y la realidad de la obra, es decir, en la posibilidad de formular un juicio entendido como proceso interpretativo o comprensión crítica. El arte se convirtió, de esta manera, en un hecho comunicativo y de diálogo interpersonal: lo que pudiera decirse sobre él le sería esencial. La objetividad de la comprensión científica de la obra de arte quedaba garantizada por sus procesos formativos y sus estructuras internas. Su comprensión encontraba, de esta manera, criterios no fundamentados en apreciaciones generales. La interpretación, crítica o constructiva, solo tenía que recorrer de manera inversa el camino establecido por la intención creativa, es decir, entrar en posesión del estilo y el mundo de la obra.
  Lo que hará Hegel entonces será constatar la pérdida del significado, principalmente religioso, que tuvo el arte en otro tiempo. El arte deja de dar forma a las sociedades, de instituir la historia y consagrar la realidad; ya no estará más en el centro de nuestras culturas como un destino.
 La teoría estética de Hegel resulta paradójica, ya que a la par que crea la estética sistemática más importante del siglo XIX anuncia, por otro lado, la muerte del arte (utilizo aquí esta expresión por ser la más aceptada, y asumiendo que se ha entendido lo antes dicho sobre tal afirmación), decíamos que anuncia la muerte del arte como expresión de lo Absoluto, es decir, de lo finito en tanto que no es sino un proceso de autonegación. Solo pudo ser paradójica su formulación si, a su vez, su época también lo fue ya que, en efecto, Hegel nunca dejó de constatar que la preponderancia de las pasiones e intereses egoístas ahuyentaran tanto la seriedad como la serenidad del arte; que la complicada situación de la vida civil y política no permitieran al ánimo liberarse para ascender a los fines superiores del arte.
  El arte, la religión y el pensamiento, en Hegel, comparten la misma esfera: son formas de expresar lo divino y de llevar a la conciencia los más profundos intereses del hombre, las verdades más comprensivas del espíritu. El arte manifiesta sensiblemente lo supremo y lo acerca aún más al modo de aparición de la naturaleza, los sentidos y el pensamiento. Libera el verdadero contenido de los fenómenos de su apariencia e ilusión en este mundo caduco y transitorio, y les concede una realidad más alta nacida del espíritu; destaca lo sustancial de la naturaleza y del espíritu. Desenvuelto, presente en el ámbito de la apariencia, el arte apunta y va más allá de lo sensible para sugerir algo espiritual. Hegel sostendrá por ello que las apariencias del arte tienen más realidad “y una existencia más verdadera” que la realidad normal. El arte no se complace con lo sensible tal cual, sino que busca constituirlo en una verdad a través de un esfuerzo intelectual; no es lo mismo contemplar un paisaje que reproducirlo en un cuadro.
  Dicho en otras palabras, el problema de la teoría estética hegeliana será suponer que la obra de arte tiene una verdad que surge completamente a través de su articulación conceptual. Verdad que ya estaría ahí y que solo bastaría interpretar. Todo lo que tendríamos que hacer es revelar las mediaciones que la constituyen. Es la interacción de la obra con su espectador lo que nos brindará dicha verdad o esencia. Hegel habría contribuido entonces a la elaboración de la verdad contenida en la historia del arte, como formando parte del desarrollo del pensamiento en general.
  Así, la impresión que nos procuran las obras de arte, después del fin de la estética religiosa, es algo más bien de carácter reflexivo, que exige de nosotros un criterio diferente.
  Lo que en nosotros es ahora suscitado por la obra ya no pertenece al goce inmediato, sino al juicio, puesto que someternos a nuestra consideración pensante el contenido, el medio de manifestación de la obra y la adecuación o inadecuación de ambos.
  Este es uno de los sentidos que debemos conceder a la sentencia hegeliana sobre la muerte del arte, a saber, el ya no ser capaz de proporcionar, por sí solo, satisfacción a nuestras necesidades más elevadas y de requerir, por tanto, de la ciencia.
 Hegel hará depender entonces el arte de la idea o del concepto. Solo a través de la superación de lo sensorial, el arte tiene acceso a la verdad, la cual es conceptual. Podríamos aventurar que la estética, como disciplina filosófica, queda formalmente inaugurada, y Hegel, sin ser propiamente crítico de arte, hará posible tal crítica, de tal forma que con su punto de vista, la estética experimenta un cambio importante.
  Hegel concebía la naturaleza como un producto del espíritu o resultado de la actividad de la historia, por tanto no existe diferencia entre belleza natural y belleza artística: solo lo espiritual es verdadero. Desde entonces la belleza se identificará con la actividad que la produce, y la estética queda convertida en reflexión sobre el arte.

  Pero por sí solo el arte será incapaz de entregarnos la verdad, ya que depende de otros modos de reflexión: “En nuestros tiempos la ciencia del arte es, pues, mucho más necesaria que en otras épocas, en las que el arte por sí mismo proporcionaba como tal una satisfacción plena” sentencia Hegel. Esto es, luego del arte y la religión como manifestación del Espíritu Absoluto solo nos queda una estética subordinada a la filosofía.

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