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sábado, 16 de abril de 2016

¿Tienen estética el tapeo y la siesta?

  El término estética en lenguaje coloquial alude a lo bello, y en filosofía podemos hablar de tres ramificaciones: como esencia y percepción de la belleza, como una teoría del arte o como un estudio de la percepción tanto sensorial como racional. Sea como fuere, es nuestro cerebro límbico y no el córtex racional el que se encarga de nuestras emociones. En este sentido, más allá de la afirmación de Mario Bunge quien sostiene que la estética no puede constituir una disciplina sino una mera acumulación de opiniones, plantearemos la siguiente pregunta: ¿Tienen estética el tapeo y la siesta?

  Vayamos por partes y a los conceptos. La diferencia entre leyenda y mito, es que éste tiene una estrecha relación con lo religioso, con fuerzas creadoras o mágicas y posee una estructura circular que transcurre según Mircea Eliade durante un tiempo extra-temporal y a-histórico donde los sucesos se repiten periódicamente simbolizando ciclos de la naturaleza y aportando una cosmovisión de la cultura. La leyenda es un relato a veces conectado a algún suceso histórico y enriquecido por la fantasía popular. Mitos y leyendas son conocimiento, recursos teoréticos que llevan in nuce el logos, es decir, la racionalidad.
 Pese a su racionalidad, la leyenda no aporta una weltanschauung (visión del mundo, marco de valores), y en este sentido, no puede anudarse al concepto de estética entendida en su acepción de teoría del arte. Según Hegel no hay verdadero arte si no está relacionado con alguna clase de trascendencia. Convendríamos igualmente en dar la razón a Bunge si pretendiéramos sostener que el tapeo y la siesta son algo bello, porque caeríamos en la pura opinión y de alguna forma algunos ronquidos placenteros vespertinos podrían refutar de inmediato nuestros argumentos.
  Ahora bien, el término estética deriva del griego aesthesis, que podríamos traducir como sensibilidad, y de tekné, comúnmente traducido como técnica o arte. En sentido etimológico, significaría arte o técnica de la sensibilidad, es decir, una especie de conocimiento práctico de la sensibilidad. Según Kant, la actividad del espíritu tiene tres niveles: sensibilidad, entendimiento y razón, pero a partir de Hegel como afirma Carlos Luis Escudero, uno de los sentidos que debemos conceder a su sentencia sobre la muerte del arte, es el hecho de que ya no puede proporcionar por sí solo satisfacción a nuestras necesidades más elevadas y de requerir, por tanto, de la ciencia. De esta forma, solo podemos centrarnos en su dimensión de percepción sensorial y racional para afirmar que el tapeo y la siesta tienen estética y que dotan de un nuevo significado al acto de comer y dormir, con sus derivaciones lingüísticas y filosóficas respectivas de picar y echar una cabezadita. Por otra parte, en cierto sentido, tapear implica una poesía si por tal la entendemos al modo orteguiano, como un eludir el momento cotidiano de la vida.
  Cuenta una leyenda, que por encargo del rey de Siracusa, Arquímedes diseñó la copa que lleva su nombre para evitar que en las fiestas nadie se pasara consumiendo vino, de tal forma que cuando se escanciaba por encima de un nivel, ésta se vaciaba por completo. Para poder disfrutar del caldo, era necesario servir la cantidad justa. Físicamente es conocida como efecto sifón y se vende de souvenir en Grecia.
  La costumbre de la tapa surge en España igualmente como otra leyenda real, en la que Alfonso X el Sabio como consecuencia de una enfermedad, se vio obligado a comer entre horas con un poco de alcohol medicamentoso, motivo por el cual estimó conveniente disponer que en los mesones se despachara el vino acompañado de un poco de comida para evitar el desmán etílico.
 Tal vez la costumbre de tapear obedezca a nuestra peculiar forma de estructurar la jornada, a nuestra idiosincrasia, y a nuestro catolicismo acendrado.
  La tapa tiene que tomarse entre las comidas principales (nunca después) y como alimento que permita al cuerpo aguantar el tirón hasta el almuerzo o cena porque nuestro desayuno por tradición es excesivamente frugal. El ritual requiere degustarla en la barra del bar, de pie, redimiendo el pecado capital de la gula, para lo cual, se invierte el significado ontológico del término comer, por el de picar, al modo en que se alimentan los pájaros. Recordemos que El Bosco, en La mesa de los pecados capitales, escenificó al gordinflón, plácidamente comiendo sentado, óleo que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid, y que las aves simbolizan la redención del alma cristiana.
  Ir de tapas es cultivar la amistad al modo aristotélico, católico y estoico, es decir, cultura mediterránea y hacer vida en la calle, frente a la visión puritana, rigorista y epicúrea, que para nada pretende sexo, drogas y rock and roll, sino disfrutar de la amistad viviendo escondido, y disfrutando charlando a la sombra de un olivo. Para el cristiano calvinista, Dios está presente en cada evento, por lo que todos los actos han de ser camino de perfección moral, y eso es algo que no se persigue en las tascas.
  Este rito imita por otra parte, el entramado de las procesiones de Semana Santa con sus paradas en la carrera, para tomar la cañita y picotear un poco.
 En el escenario de la barra del bar sacamos el arbitrista que llevamos dentro y solucionamos todos los problemas. Gobernamos, dirigimos con acierto nuestra empresa, corregimos los errores de los jefes, hacemos las alineaciones de nuestros equipos de fútbol, opinamos de medicina, de religión, de moda y cotilleamos. Tapear es para el español eludir el aburrimiento cotidiano de la vida, una forma de entenderla, una respuesta a la adversidad y los problemas al grito de otra de bravas. Es la tensión esencial entre el Quijote que anhela remediar los males de este mundo y el Sancho Panza despreocupado e individualista.
  Tapeando vertebramos las relaciones laborales, familiares y sociales. La tapa proporciona además, ese momento de placer evocador de recuerdos, de memoria bergsoniana al modo en que nos narraba Proust el pasaje de la magdalena, cuando retornamos a los pueblos en los que crecimos y degustamos aquél aperitivo que nos hace viajar en el tiempo.
  Nuestros horarios de trabajo y de vida, serían imposibles sin la tapita reparadora y el importante sector hostelero asociado a los hábitos de los españoles. ¿Estaríamos dispuestos a ingerir un desayuno pantagruélico y hacer una pausa mínima a mediodía para comer con el objeto de finalizar antes la jornada laboral renunciando a las tapitas? Ello nos lleva a otra pregunta: ¿Es fácil conciliar trabajo y familia en España? Comemos sobre las 15 h, regresamos del trabajo en torno a las 8 de la tarde, cenamos aproximadamente a las 22:30 h. y acostumbramos irnos a dormir pasada la medianoche.
 Con independencia de si nuestro yoga ibérico al igual que el tapeo obedecen a condiciones climáticas o a nuestra idiosincrasia, lo cierto es que tal vez su existencia se deba a su coexistencia. En nuestra memoria colectiva más reciente está el fenómeno del pluriempleo que para una generación entera fue la forma de sacar adelante a la familia, con una jornada que comenzaba temprano por la mañana y finalizaba casi de noche, tras pegar una cabezadita reparadora que permitía seguir con la ocupación de la tarde.
  Los tiempos han cambiado, las mujeres se han integrado en el mercado laboral, y el crecimiento de las ciudades y el precio de la vivienda, han desplazado a familias, parejas y jóvenes en general, a las afueras de las ciudades, lo que dificulta disponer de tiempo para volver a casa a comer y descansar a mediodía. ¿No sería mejor hacer una pausa en el trabajo más corta para volver antes a casa?
 Sea como fuere, la siesta al igual que la costumbre de tapear son costumbres muy españolas. En los países de nuestro entorno se termina la jornada laboral entre las 17 y 18 horas, con una pausa a mediodía de aproximadamente una hora para hacer una comida ligera. Aquí hacemos una larga pausa de dos o tres horas para hacer una comida copiosa y terminar tarde la jornada laboral. Spain is different.
  Entendemos pues que el tapeo y la siesta, tienen estética, tanto en la subjetividad como en su Espíritu objetivo que se manifiesta como un modo de vida mediterráneo, católico y poético para eludir la cotidianidad de la vida.
  ¿Adaptaríamos todas nuestras costumbres a Europa y a legislaciones que favoreciesen la conciliación de la vida laboral y familiar? Eso sería un gran debate nacional que sería discutido acaloradamente en la barra del bar con un buen pincho de tortilla española. Pero este tema sí que se escaparía de la estética.