Translate

AddToAny

jueves, 5 de marzo de 2015

Siempre hay un Hada en las pinturas de Hopper




  Siempre vi las figuras de Hopper solas y en silencio. Llama poderosamente la atención que su pintura de la soledad parezca más una emoción prefabricada y pulcra, pintada con exquisito gusto, que el retrato del alma de sus personajes.
  Es su técnica del manejo de la luz lo que nos confunde, porque Hopper se pasó la vida en busca de su Hada particular y no la encontró. Tal vez por ello, la tarea consista en descubrir el lado hádico, lúdico y poético de sus muchachas, soñando con la vida, buscando la forma de escapar, de encontrar su libertad.
  No me gusta ver sufrir el silencio de sus figuras, no me gusta la simplificación que hace del amor, del desamor y de la soledad. No me gustan las faltas de matices, la ausencia de pinturas versadas convertidas en sonetos,  en boleros o en prosa poética. Me gusta el momento estético, pero de inmediato tengo que huir de la contemplación de sus cuadros en busca del Hada que habita en sus cuadros.
  Hopper había dejado conscientemente la tarea inacabada de redimir a sus muchachas, invitándonos  a asumir el reto sin acuarelas y sin técnicas pictóricas, de tomar a sus modelos por la cintura, seducirlas, hacerlas el amor y despertarlas a la vida, a la poesía. La metáfora de someterlas a la soledad con pretensión de convertirlas en  mujer total aunando lo hádico, etéreo, poético y espiritual del Hada; la dulzura de trato, compañía, cuidados y mimos de la mujer; y la sensualidad y el placer carnal de la hembra, es en definitiva la sublimación del amor con derecho a placer sexual.
  Sus modelos sobrevuelan nuestras vidas, pero aplicando en sus cuadros una especie de pegamento cósmico que las impide dejar escapar por esas ventanas que pinta con la única pretensión de que puedan respirar aire fresco.
      
 Hopper quemaba con hielo el alma de sus muchachas, con la finalidad de que nadie permaneciera delante del cuadro por mucho tiempo, abandonara su visión sostenida y meditada y renunciara a rescatarlas. Buscaba el efectismo. Incapaz de transmitir emociones vitales, sometía a sus modelos a vivir la experiencia de su cárcel interior para que cayeran en la anhedonia. Pero le gustaba mantenerlas vivas, por eso, las ventanas de sus pinturas carecían de barrotes, porque estaba seguro de la imposibilidad metafísica de su huida o  rescate. En realidad enmascaraba en sus pinturas, convertidas en placer estético para los sentidos, su función de brazo ejecutor de una sociedad falsa y puritana, cuyo lema se resumía en puedes hacer lo que quieras, mientras no te agrade. Al igual que Vargas Llosa sentenciara en su prólogo de Madame Bovary, Hopper se encargó de pintar a sus modelos de tal forma que vivieran con una pasión no correspondida.
  Aún quedan Hadas por rescatar de los cuadros de Hopper, que cada cual busque en ellos a la suya. Yo me pongo manos a la obra.