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lunes, 19 de marzo de 2018

La palloza del Cebreiro y el hórreo de Olveiroa


Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor. -Jorge Manrique-


 La nostalgia nos devuelve a etapas en las que nos sentimos más refugiados y protegidos contra cualquier daño como afirma Francisco Mora en ¿Es posible una cultura sin miedo? 
  En la nostalgia del Camino los dos albergues insignias que contribuyeron a su resurgir  fueron sin duda la palloza del Cebreiro de Elías Valiña y el hórreo de Olveiroa. Se apilaba la paja y tirabas el saco y D. Elías preparaba una queimada y platicaba con los peregrinos. El Romanticismo surgió como una reacción al primado de la razón de la Ilustración, la naturaleza y las emociones reclamaron su espacio y el arte y la poesía cobraron fuerza porque llegaban más lejos que la filosofía sobre todo cuando se abordaban determinados conceptos como el amor, la vida o la muerte.
   Si hay un momento romántico en el resurgir del Camino, es sin duda ese: naturaleza, vuelta a la Edad Media y bucolismo. Kant definió lo bello como aquello que place universalmente sin concepto, es decir, sin necesidad de tener un conocimiento previo, pero vivimos en el mundo del pensamiento y en el de los sentidos, de manera que Schiller tuvo que construir un puente y determinó que hay un estado intermedio en el que el hombre trasciende lo sensorial y la razón: el estético. En el estado estético el hombre es libre porque no está condicionado ni por lo material ni por lo intelectual. Ese es a mi juicio la importancia de la palloza y del hórreo, la capacidad de desprenderse de todo lo material del Camino y de la masturbación mental. 
   El Camino es un camino ecuménico stricto sensu pero muchas personas tienen otras motivaciones entre las que se incluye esa simbiosis con la naturaleza, la paz, la poesía, el silencio y el contemptus mundi en su versión desacralizada y posmoderna.
   Hoy la palloza y el horreo forman parte de un conjunto que son  bienes culturales del Camino y la primera es además un centro de interpretación etnográfico. Pero el Camino, pese a la masificación estival, la oportunidad de negocio, y la proliferación de albergues, no ha perdido su esencia, o mejor dicho su esencia no está en ese cualquier tiempo pasado fue mejor, sino en saber que podemos revivir el momento romántico y estético porque es una cuestión de actitud interior y de romanticismo en sentido filosófico.
   O tempora o mores!, criticamos las costumbres y la ¿corrupción? del Camino sin instalarnos en el estado estético, es decir afectados y condicionados por lo que vemos y por lo que interpretamos. En otras palabras, sin interiorizar el Camino
   Hubo un tiempo sí, en el que pernoctabas en la palloza del Cebreiro y en el hórreo de Olveiroa. Hubo un tiempo sí, en el que tal vez no había turigrinos. Hubo un tiempo sí, en el que en el Camino no había romerías ni grupos que rompían el silencio como los tambores de Calanda el Viernes Santo. Hubo un tiempo sí, en el que no había móviles ni se estaba más pendiente del selfi para el Facebook que del rumor de las aguas de los arroyos. Pero hay un presente en el que puedes hacer el Camino sin el móvil, en modo off Redes Sociales, recorrer etapas solitarias por el Camino de Invierno o el Vadiniense y buscar la paz en cada rincón, en otras palabras el estado estético es posible. 
   La nostalgia es un consuelo frente a nuestros miedos, y el Camino es un vencer nuestros miedos, y uno de ellos es mirar al pasado para evitar al espejito estético. La paja apilada en la palloza para dormir es como las patatas hechas en las trébedes de la lumbre por nuestras abuelas, un sabor auténtico pero efímero de un fin de semana en casa rural. Y el Camino es todo menos efímero.

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