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sábado, 24 de marzo de 2018

El Tota de Puertollano


  La burla necesita de un grupo que aplauda y de alguien a quien humillar o someter, por ello a diferencia del humor no es universal, necesita entender el contexto, y conocer al personaje al que se ridiculiza. Según Freud el atractivo del chiste y de la caricatura reside en el mérito de poder revolverse contra la autoridad.
   Vicente Berruezo, más conocido como El Tota era un discapacitado psíquico muy entrañable, popular y querido. Lo recuerdo en tres escenarios puertollaneros: en la fuente agria en aquellos años de largas colas que él no guardaba porque se le permitía que se buscara la vida llenando botellas por encargo que acarreaba en un carrito de la compra adaptado para el transporte de envases; en los partidos de fútbol del Calvo Sotelo emocionándose como uno de sus mejores seguidores con las victorias de nuestro equipo, y en las procesiones de Semana Santa detrás de los cofrades desfilando con su inseparable bastón al ritmo de los tambores.
   Siempre le acompañaban su sonrisa y su chupita llena de insignias de equipos de fútbol y de otras que le regalaban y que incorporaba a su guerrera condecorada. Eran tiempos en los que la telebasura no nos hacía sentir asco ridiculizando al  prójimo por el share con personajes frikis. Es cierto que hubo gente que sometió a Vicente a todo tipo de bromas, algunas pesadas y para quienes fue el hazmerreír, pero El Tota fue un hombre bueno que te invitaba a charlar convirtiéndose en una especie de conciencia socrática, en puro ejercicio de mayéutica, en nuestro loco quijotesco particular que nos ponía frente al espejo demostrándonos que el bien y por extensión el paisanaje y el altruismo nos hacía mejores, y que la burla sacaba lo peor de nosotros. 

   
  Como afirmaba Kant lo cómico era una expectativa pulverizada si no servía a ningún propósito particular, pero El Tota nos dio una lección: el valor de su sonrisa sin importarle a quien la dirigía y sin excluir a quienes se burlaban de él. En tiempos en los que se intenta integrar a los discapacitados legislando y destinando recursos, el pueblo de Puertollano se adelantó a su tiempo, considerando a uno de los suyos como un hombre bueno, querido, aceptado socialmente y condecorado con un pin honorífico en su chupita.

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