Translate

AddToAny

domingo, 11 de marzo de 2018

El Risitas de Puertollano


  En el álbum de memoria de infancia en mi Puertollano, hay hueco para esos fotógrafos que como la magdalena de Proust cada vez que ojeo el libro de mis recuerdos, me llevan a esa Arcadia feliz que tuve la fortuna de vivir.
  Los puertollaneros estamos agradecidos al legado de José Rueda Mozos nuestro corresponsal gráfico, pero también a quienes convirtieron en instantáneas  de nuestras vidas en daguerrotipos.
 ¿Cómo no recordar a Sánchez, Cañadas y al inefable Risitas? El estudio serio y profesional, frente al estudio-casa cajón desastre entre el perfecto desorden con cierto toque de síndrome de Diógenes del Risitas.
 El Risitas solía tener cola para hacerse la foto, nada comparable con el selfi, en el Paseo en días de domingo que aprovechabas para degustar jobitos (maíz frito), cotufas (palomitas de maíz), el cucurucho de pipas de Juanito, regaliz y chochitos (altramuces) del dornillo de Valentina. El Paseo de San Gregorio y la fuente agria eran el escenario de nuestros encuentros, de nuestras alegrías, nuestro flashmob particular.

  El Risitas manejaba esas cámaras con trípode de las que salía el pajarito, y antes de su trinar nos invitaba a echar una risita. Pero sin duda, la foto en su estudio no se olvida, era un no quedar cajones ni huecos para tanto desastre, y la pretendida sonrisa quieta se convertía en movimiento y en carcajadas para la desesperación de nuestros padres y de Risitas condenado a eternizar la toma de la instantánea.
  Aún lo recuerdo en tardes de cine en el Lepanto, cinéfilo y solitario, como uno de esos personajes entrañables de nuestro pueblo que con el paso del tiempo uno reivindica en su crónica sentimental.
  Hoy la modernidad es líquida, pero el viejo Aristóteles tenía razón: la mirada a nuestros recuerdos y seres queridos nos proporcionan más placer que la posmodernidad reducida a virtualidad, a un selfi sin la mano artesana de esas máquinas del pajarito, de una vida en continua emergencia de encuentros fugaces, desechables y superficiales.
   En mi infancia sólida, así recuerdo la Concha de la Música y la fuente del niño meón.


No hay comentarios:

Publicar un comentario