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domingo, 18 de marzo de 2018

Recorrido sentimental por los cines de Puertollano



 En el Puertollano industrial de mi infancia, el medio de comunicación más querido y entrañable fue el de Don Pedro, el cura famoso por sus tacones, su loro y su operación mina en favor de obras de caridad para los más necesitados. Eran tiempos de cines de sesión doble y NoDo que acompañábamos de pipas de Juanito y de cotufas (palomitas de maíz). En otras palabras, un tiempo sin internet, sin apenas televisores en nuestras casas, con una única cadena TVE y con el cine como mejor diversión de los domingos y como medio de disfrutar de la fresquita en las noches calurosas en las terrazas de cine de verano.
 Algunas de nuestras salas cinematográficas las recuerdo de oídas, otras forman parte de mi educación sentimental y de mi afición al séptimo arte. Puertollano hoy mantiene su oferta de cartelera gracias a Multicines Ortega, y a algunas proyecciones  en la Casa de la Cultura y en el Auditorio Pedro Almodóvar, pero hubo un tiempo en que el cine nos acompañaba como el zumbido al moscardón. Entre el Sálvame de Luxe y aquellas de romanos quedando con los amigos en la Fuente Agria para ir al cine, me quedo con aquellas tardes disfrutando de la amistad entre risas, aplausos, silbidos al malo y a los cortes de proyección, besos inocentes en la oscuridad e intentos por ubicarnos detrás de personas bajitas y continuos movimientos laterales para ver adecuadamente la película. En la sala, la linterna del acomodador, la venta de cigarrillos, chucherías y bebidas y el continuo pasarnos la peli chistando reclamando silencio forman parte de mis recuerdos asociados al cine.
 El cine era vivido y sentido, no era un mero espectáculo sino que además nos hacía vibrar, las chicas se emocionaban y lloraban, los chicos chillábamos; al malo se le silbaba, y al bueno se le aplaudía. Le dábamos al palique en la proyección de la peli mala de la sesión doble y nos reservábamos para la buena de la cartelera.
 El cine Lepanto se inauguró en junio de 1962 en la calle Vélez con el filme de El Coloso de Rodas y fue derribado en 1986. Lo recordamos con cariño por las mañanas de domingo proyectando películas  del Cineclub Ecuador. En la calle Aduana en el antiguo casino, estaba el cine Imperial, en la calle Ricardo Cabañero el Calatrava que contaba con otro cine al aire libre en la calle Goya donde está edificado hoy el Edificio de Hacienda. Seguimos nuestro recorrido con el cine Córdoba donde están ubicados hoy los Multicines Ortega, y el cine Goya en el solar que hoy ocupa Repuestos Valencia.
 Disfrutamos de terrazas de verano en los cines Avenida, Imperial (en el Paseo junto a la calle Velázquez), el Montecarlo (en la carretera de Almodóvar, hoy cocheras de autobuses) y el citado Calatrava de verano. Mi recorrido sentimental continúa por el cine en el Gran Teatro y en la Plaza de Toros en verano, sin olvidarme de las sesiones de cine en el Colegio Salesiano, El poblado, y OJE en la calle Benéfica.
   Tantas cosas le debo a mi pueblo, ese sentirme cosmopolita porque nací y me crié en una ciudad en la que la gente llegaba, se buscaba la vida, edificaba para vivir donde podía y se integraba en una comunidad de hombres libres, donde el nadie es más que nadie y nadie es forastero eran sus únicos dogmas. Aprendí desde niño que eso de ser ciudadano del mundo era ser sencillamente puertollanero. Hoy tal vez las nuevas generaciones se hayan educado en el modelo tribal en sentirse castellano-manchegos, pero los del baby boom tuvimos la suerte de sentirnos universales. Que nadie olvide lo que significa Puertollano y su pasado. Sic transit.
                                                Fuente Fotografías.


  


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