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domingo, 8 de abril de 2018

La chimenea cuadrá de Puertollano



   Según Mircea Eliade, al occidental moderno, le cuesta trabajo aceptar que lo sagrado en oposición a lo profano pueda manifestarse en piedras, árboles o riscos. No se trata de venerar un cerro por ejemplo, por sí mismo, en tanto a su naturaleza, sino por tratarse de una hierofanía, como algo sagrado que se nos muestra, transmutándose en lo totalmente otro -ganz andere-, es decir, totalmente diferenciado de lo humano ante lo cual nos sentimos nulos, impotentes, y no somos más que meras criaturas obnubiladas.
 Nuestros predecesores contemplaban su hábitat con espacios cualitativos diferenciados, quítate el calzado de tus pies, -le ordenaba Dios a Moisés-, pues estás pisando tierra santa. En nuestras sociedades occidentales actuales, el espacio es homogéneo, neutro, una mera biomasa diferenciada por microclimas, arbolado, llanuras o desiertos, pero sin espacios geográficos santos. Sin embargo y siguiendo a Mircea Eliade, en el espacio profano, subsisten lugares privilegiados que recuerdan la no-homogeneidad de la experiencia religiosa del espacio.
  Las personas tenemos lugares santos particulares: paisajes de infancia, la calle donde conocimos el amor de nuestra juventud, o el edificio levantado sobre el solar de la casa natal. Los pueblos proyectan idénticos esquemas y consagran espacios que vertebran su cultura. Pensemos en el Monte Olimpo o en el Gólgota.
  En Puertollano, son muchas las personas que denominan chimenea cuadrá al cerro de Santa Ana asimilando el vínculo entre el cielo y la tierra, sobre los restos de una torre de telegrafía óptica. Ese es el elemento esencial: la diferenciación ontológica determinada por un centro emblemático ubicado en su cima.
  El espacio sagrado de Puertollano, diferenciado de lo profano es el cerro de Santa Ana. Hay que entender lo sagrado no como un lugar iniciático, de cultos ortodoxos, de peregrinaciones a venerar reliquia alguna, sino como un punto geográfico donde se han ido sucediendo las distintas etapas evolutivas de la ciudad y que es esencial para conocer su idiosincrasia.
  En el cerro de Santa Ana estuvo erigida una ermita en honor a la madre de la Virgen, por tanto tenemos una conexión religiosa primigenia. Sobre las ruinas del templo se construyó el mencionado telégrafo óptico, que en síntesis, es un dispositivo diseñado para ser visto a gran distancia y que permitía transferir mensajes de unos puntos a otros. El de Puertollano formaba parte de la red de transmisión entre Madrid y Cádiz y estuvo funcionando unos siete años en la segunda mitad del siglo XIX. Resaltemos un hecho esencial: Puertollano se vertebra política, económica y culturalmente sobre la idea de Estado centralista. El telégrafo viene a sustituir al correo postal por su eficiencia y rapidez ligado al espíritu ilustrado científico de la época, pero con la única posiblidad de ejecución técnico financiera, por parte de los poderes públicos, al servicio de intereses administrativos o militares. Este esquema se repite cuando se decide en contra del sentido común, ubicar refinerías de petróleo en la comarca, con la finalidad de garantizar el suministro a Madrid como centro político y capital de España.
   El tercer pilar (sucediendo en orden argumental al histórico y al científico-económico) en el que nos apoyamos para definir como espacio sagrado al cerro de Santa Ana, es el cultural-religioso y sentimental. Escenario de días de chorizo y de hornazo; de recogida de musgo para belenes en tiempos navideños, y de amoríos, se erige en lugar donde se levanta el monumento al minero produciendo una mímesis entre el arte humano y la naturaleza como metáfora del cielo y de la tierra, constituidos a modo de axis mundi puertollanero. Recalquemos que la fiesta del Día del chorizo simboliza el rito de comer carne de cerdo reafirmando la condición de cristiano viejo, que el Día del hornazo se conmemora la Resurrección de Cristo, y que con la recogida de musgo, se celebra la Natividad del Señor.
   Si contemplamos el desarrollo urbanístico de Puertollano, vemos diferenciadas las edificaciones del cerro de Santa Ana frente al cerro de San Sebastián. El cerro de Santa Ana (recordemos: chimenea cuadrá para muchos paisanos) mantiene un umbral de virginidad, de acotamiento, de respeto al entorno, en definitiva de consideración sagrada frente a la proliferación de casas y calles edificadas en el cerro de San Sebastián.
  Por otro lado, la denominación de chimenea cuadrá se fagocita con el entorno geográfico y minero por lo que  es fácil suponer (según Delgado Bedmar) que las chimeneas de fundición de plomo cercanas a la ermita de la Virgen de Gracia, Patrona de la ciudad, (en cuyo solar se ha edificado el Auditorio Municipal), se proyectaron sobre los riscos del cerro de Santa Ana transmutando la denominación religiosa del cerro por otra secularizada, pero que otorga igualmente estatuto ontológico sacro, al identificarla con la nueva cosmovisión de los habitantes de la ciudad.  
   Hemos definido como espacio sagrado al cerro de Santa Ana de Puertollano entendido como espacio diferenciado al erigirse en santo y seña de la ciudad, es decir, no es un mero icono como pueden ser la Fuente Agria, el Paseo de San Gregorio o la Casa de Baños sino un lugar diferenciado de la geografía. Y posiblemente haya que terminar por dónde deberíamos haber comenzado: la chimenea cuadrá ni es chimenea ni cuadrada.
  Tal vez ironizando, nuestro cerro venga a redimirnos del sambenito de pueblo de las dos mentiras (ni puerto ni llano). Puertollano es un puerto en su acepción de paso entre montañas, y construido en su fundación originaria, en el llano. La chimenea cuadrá que ni es chimenea, ni es cuadrá, simboliza nuestra doble mentira toponímica particular. Amicus Plato, sed magis amica veritas, pero es nuestro cerro, y además ubica el monumento al minero a modo de skyline puertollanero.

                     Foto en blanco y negro José Rueda Mozos.

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